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JUGUETE RABIOSO / SEGUNDA TEMPORADA

BONUS TRACK FINAL: hoy compartimos “La Paz", de Mora Regis

En este úlitmo Bonus track de la segunda temporada de la sección que cura Diego Reis, hoy uno de los textos surgidos del taller de escritura creativa El Cuento del Verano.
26/05/2024
BONUS TRACK FINAL: hoy compartimos “La Paz", de Mora Regis

LA PAZ

 

Ondeando su cigarrillo como un faro solitario en la penumbra, contempló con calma y admiración la danza de los tilos, siguiendo el ritmo de la brisa. Sus lentos pasos resonaban en la quietud del entorno, marcando el compás de una existencia que se desvanecía tras acercarse a su destino.

Los recuerdos se agolpaban en su mente como fantasmas del pasado, evocando imágenes borrosas de tiempos mejores, días de brillante libertad y admirada justicia.

La sombra del horror sometía a la ciudad en una red de opresión y silencio que ahogaba los últimos susurros de esperanza. Los rostros conocidos se desvanecían en la penumbra de la clandestinidad, mientras que los muros se llenaban de anuncios sobre desaparecidos y murmullos de dolor. Las plazas, una vez llenas de risas y juegos infantiles, se habían convertido en campos de batalla donde la ilusión luchaba desesperadamente por sobrevivir entre las ruinas de la melancolía.

Se suponía que él estaba exiliado, pero no podía abandonar tan fácilmente el hogar: sí era capaz de dejar atrás el sucio departamento en el que por tanto tiempo se había escondido. Lo difícil, era dejar atrás la patria que tanto había admirado:era el marco de su tierna infancia, el refugio de sus sueños y el canto de sus alegrías. Cada rincón del país estaba impregnado de recuerdos imborrables, momentos de pura inspiración que lo habían acompañado a lo largo de la vida. Sin embargo, Argentina, con sus luces y sombras, sus glorias y desafíos, se había convertido en una jaula demasiado estrecha para su espíritu inquieto.

 

Entre el agrio rocío del ocaso, divisó la puerta corrediza: Las chapas, encimadas y forjadas toscamente, delataban ser el fruto de un bruto y sofocado trabajo. El aura de cotidianeidad lo envolvió.

Osado, se adentró en la saturación del humo, las conversaciones indiscretas y el tintineo de monedas dando rienda suelta al ego de sus amos. Observó vagamente un par de jugadas: los dados danzaban sobre el tapete, y las ruletas giraban en promesa de fortuna o desgracia.

Un buen rato inadvertido fue suficiente para aburrirlo, y confiando en lo usual, se dirigió a la vieja máquina parpadeante que por varios años había descansado en la misma esquina.

Insertó el par de monedas suficientes para saciar su codicia de juego, y engurrando involuntariamente su camisa planchada, tocó el desgastado botón y observó cómo varios símbolos giraban hipnóticamente.

Fue entonces, cuando el destino, esa fuerza arbitraria, le sonrió: con un estruendoso sonido metálico, la máquina anunció la victoria, y un millón de pesos ofuscaban sobre la pantalla, deslumbrantes.

Abstraído, se retiró con la misma calma con la que había entrado: abandonando el peso de la fortuna inesperada; aquel premio, no había librado la carga melancólica que anclaba su alma.

 

Las tranquilas y nostálgicas mañanas de otoño reincidían en el mismo monótono momento: el silbido de la pava compartiendo el concierto con el tictac del reloj, el aroma a tierra mojada entrando por la ventana, junto a las hojas secas y marchitas que el viento había arrastrado. El hombre, sentado en la única y solitaria silla, leyendo tediosamente el diario local.

Su mirada vagaba entre titulares que apenas lograban captar su interés: era innegable que los extravíos de personas seguían sucediendo, sin embargo, la ignorancia que los medios presentaban gracias a la manipulación exigida, lograba desenfocar la atención de la mayoría de lectores.

El tope de sus ojos con un título que parecía gritarle desde el papel, lo migró de su análisis: “Tras ser tomado por una cámara de vigilancia, la investigación de Fernando Nadra es retomada”. Un escalofrío recorrió su espalda mientras su corazón parecía detenerse por un instante. Siempre supo que no se encontraba ante la ausencia del peligro, sin embargo, ver su nombre en el diario profundizó mucho más su miedo cotidiano: sentía irreal el hecho de que las sombras del pasado, con uniformes y rostros conocidos, pronto llamarían a su puerta. Y en esa lucha entre el pasado y el presente, entre el temor y la resignación, se preguntó si alguna vez había encontrado la paz que tanto anhelaba.

 

En su mente perpleja, resonó la letra de una canción distinguida. Había evitado escucharla por la depresión y el sufrimiento que podía generar: hablaba de tiempos hermosos, verdadera libertad y castillos de cristal.

Fernando se levantó de la silla con una determinación repentina, como si un rayo de luz hubiera atravesado la oscuridad que envolvía su alma. Una sensación de perseverancia y valentía se apoderó de él y lo obligó a accionar de manera instantánea: con pasos decididos, se acercó al tocadiscos y lo puso a funcionar con un gesto firme. Seleccionó con cuidado la pista que necesitaba y puso play.

Charly García, un gran artista argentino que había luchado a través del arte contra las fuerzas que ensombrecían al país, comenzó a cantar.

 

Nadra se vio envuelto en la dulce nostalgia, recordó con añoranza los días de libertad y belleza que ya no volverían. Las palabras de la canción resonaron en su alma como ecos de un tiempo perdido, conmoviéndolo profundamente y dejando una huella definitiva en su corazón.

Pensaba en una muerte simbólica, extravagante: como un último suspiro de lucha, inspirando la revolución de un pueblo en silencio.

El suicidio resultaba ser el final más suave: si dejaba que los militares vinieran a buscarlo, solo en el mejor de los casos seria asesinado, puesto que hay cosas mucho peores que la muerte.

Decidió devolver un último favor a la patria... Más que a la patria, a la vida.

Ató la soga a su pecho, debajo de los brazos. Con alfileres, impregnó la insignia del orgullo a su camisa, trabo el Facon de su padre en el cinturón: "Bien a lo gaucho". Rebobinó y elevó al máximo el volumen de la canción, colocó el tocadiscos junto a la ventana, y cuando escuchó fuertes y varios pasos subiendo por la escalera, se tiró.

Escuchó el quiebre de la puerta, se apresuró a sacar el arma blanca, la deslizó sobre su cuello, y observó: el mundo estaba en silencio, en las calles no había personas, el sol salía deslumbrante y la serenidad reinaba el entorno.

Por fin la había conseguido: la paz.

 

*

 

MORA REGIS.  Tiene 15 años, nació y reside en la ciudad de Villa la Angostura. Escribe desde muy pequeña: “Me crie en una casa de periodistas, así que fue una de las primeras cosas que aprendí.  Sin embargo, a diferencia de mis padres, preferí crear nuevos mundos donde plasmar mis inquietas ideas. Pues creo que la imaginacion tiene mas valor que cualquier conocimiento”.

Actualmente, cursa 3er año del CPEM N°68 e integra el grupo literario Alamberse

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